Cada año, en los días previos a la Pascua, los supermercados y tiendas se llenan de coloridos huevos de chocolate. Esta imagen, tan común en países de Europa, América del Norte y América Latina, despierta la ilusión de los más chicos y marca el costado más comercial de la festividad. Pero detrás de esta costumbre hay una historia que mezcla simbolismo antiguo, religión y evolución cultural.

La tradición del huevo de Pascua es mucho más antigua que el chocolate. Desde tiempos remotos, el huevo fue símbolo de vida, fertilidad y renovación. En la Edad Media, era costumbre regalar huevos de gallina durante las celebraciones pascuales. Sin embargo, entre los siglos IX y XVIII, la Iglesia prohibió su consumo durante la Cuaresma, considerándolos un alimento similar a la carne.

Durante ese tiempo, las gallinas seguían poniendo huevos, por lo que la gente comenzó a decorarlos para regalarlos el Domingo de Pascua, día en que finalizaba la prohibición. Esta entrega, sobre todo dirigida a los niños después de la misa, se convirtió en un símbolo de la Resurrección de Jesús y del fin del ayuno. Así fue como nació una de las tradiciones más entrañables de la Semana Santa.

Ya en el siglo XIX, con el auge de la industria chocolatera en países como Alemania, Italia y Francia, comenzaron a elaborarse huevos de chocolate, más atractivos para los niños y fáciles de producir en masa. Esta variante no solo se popularizó rápidamente, sino que se mantuvo como una de las formas favoritas de celebrar la Pascua hasta la actualidad.

Hoy en día, además de regalarse, los huevos suelen esconderse en casas y jardines para que los niños los busquen, una actividad que combina diversión y tradición. Algunos países europeos, además, continúan decorando huevos reales con colores brillantes, manteniendo viva la costumbre original. Así, los huevos de Pascua representan un puente entre el significado espiritual de la fecha y la alegría compartida en familia.