El frío del inicio de semana no fue un condicionante, como tampoco lo es la lluvia o el calor extremo del verano. Maxi, como otros tantos vecinos pescadores de Puerto Gaboto, salieron con sus redes a la inmensidad de las aguas del Paraná a cumplir con su labor. Martes, jueves y sábados pasa el camión que retira la materia prima, y para entonces tiene que estar todo listo.
“Yo no busco subsidios, lo que necesito son garantías de que me van a venir a comprar semanalmente y que no me van a poner el precio que quieren”, simplificó José. Él, cómo su papá y su hermano son pescadores, pero aclara que no quiere que sus dos hijos varones sigan su camino. “Tengo 38 años y ya estoy cansado. Me duele la cintura y las manos. Acá no importa el frío, el calor o la lluvia siempre tenes que salir”, cuenta piloteando su lancha por el Coronda.
Una gran cantidad de familias de Puerto Gaboto viven hoy de la pesca. “Necesitamos empresas”, destaca José. Y encuentra allí su necesidad de certezas: la tranquilidad de la jubilación cuando sea más grande, y hoy en el día a día la de sobrevivir dándose algún gusto. “Hace siete años que estoy construyendo mi casa, y todavía no la puedo terminar”, aclara como parte del panorama.
Todos los pescadores consultados descreyeron de la representación gremial, ninguno conocía a ciencia cierta qué es lo que les ofrecían, siquiera qué logros para la actividad desde allí se habían conquistado. “A veces vienen, pero la verdad ni idea que hacen”, repitieron varios.
La cuchilla afilada no descansa, va y viene con una habilidad artesanal. “Hoy saqué bastante bien porque el río está bajando”, explica Maxi. En los últimos días el agua comenzó a descender a razón de la crecida que presentó el Paraná y en consecuencia toda la costa abajo que incluye la confluencia de los dos ríos: Coronda y Carcarañá.
Las familias costeras intensificaron su precaución, el personal del SAMCo los vacunó contra la fiebre hemorrágica, y entregaron pastillas por leptospirosis. Muchos tuvieron problemas con el agua, que todavía no es de red ni potable, que desencadenó en diarrea y fiebre. Las madres están adaptadas para salir al cruce, saben de memoria las patologías y cómo cuidar a los chicos.
Los animales que deja la creciente también son un problema, no faltan precauciones por picaduras. Varios fueron víctimas de alguna yarará: “Tenemos cuatro horas, no hay que apretar sino directamente ir al médico”, relata una mamá y agrega que conoce lo que pasa señalando a dos nenas que ya sufrieron el dolor del veneno.
El tiempo fue descortés. La historia argentina nació y durmió por años allí. “El pescador tiene como un submundo. El agua te atrapa con sus cosas, sus tiempos. No es lo mismo el que vive en el centro del pueblo, que el pescador. Hay una diferencia bien marcada”, explica José mientras cae el sol y el frío del invierno se apodera del ambiente. Luego, describe: “El pescador está como menospreciado, se siente menos, se siente desprotegido”.
Y así se presentan las reglas del juego: Semanalmente esperan que un camión pase a recoger su producción. Se paga lo que se carga a razón del kilaje. Hoy, el monto está fijado en cinco pesos por kilo, cuando “las empresas no lo bajan porque hay mucho”. De acuerdo al repaso la ganancia es el cincuenta por ciento de la materia prima que traen, porque el resto se queda en combustible y herramientas.
Varios rememoran que casi veinte años atrás la rentabilidad de la práctica era considerable, hoy alcanza apenas para vivir. Algunos confían en que haya algún cambio con la planta procesadora en Oliveros, otros lo toman como una promesa de cambio más. Con creciente sale menos, cuando baje habrá tantos que no valdrá nada. El dilema diario de casi un centenar de familias, mientras los parámetros los ponen otros y el estado no regula fehacientemente.