Afuera llovía a cantaros. La tarde gris hacia contraste con el amarillo sol de la casa prefabricada. Adentro, María con su calidez dispuesta a conversar. Cientos de imágenes recorrían su memoria, días felices que le propusieron regresar.
María Andino tiene hoy 92 años. Vive en su lugar natal, porque nació con una partera profesional en la casa de sus padres los primeros días de abril de 1921. La más chica de cuatro hermanos, y la única nena. Su infancia fue feliz, lo cuenta y el brillo en sus ojos lo delatan.
Su abuelo, poseedor de una gran herencia llegó con ansias de futuro a tierras argentinas. Sus 10 hijos se instalaron y tres de ellos fueron fundamentales para forjar la región. Ignacio heredó la estancia de San Miguel del Carcarañal, sitio histórico regional por la presencia de los jesuitas. Claudio Andino, el padre de María, construyó la papelera en 1875. Sitio en el que años después, diseñaría junto a su hermano Ricardo el pueblo de pujantes trabajadores, allá por 1910.
Los padres de Mariucha demostraron un carisma social que enamoró a los trabajadores de la fábrica, y a ellos del lugar. Amalia, su madre, es recordada con ternura pero gran activismo. “Mi mamá siempre fue una visionaria, una mujer muy abierta. Recuerdo cuando unas jovencitas quedaron embarazadas en el pueblo, mi mamá mandó a comprar al gran edificio de La Favorita, donde está hoy Fallabela en Rosario por calle Córdoba, unos rollos de tela y contrató una costurera para que le haga los pañales. Mirá su reacción, cualquiera podría pensar que se iba a enojar”, recuerda María.
Claudio Andino, su padre, fue un reconocido abogado, Director de la Bolsa de Comercio de Rosario, Gobernador de Nauquen, de referencia en la alta sociedad. Como así también un trabajador a la par de sus empleados, cuenta Maria mientras recuerda las grandes fiestas en los que todos: patrones y trabajadores compartían jornadas. “Mira a mis papás, lo felices que eran en la fábrica”, señala mientras comparte una imagen en blanco y negro.
“A Andino me trajo el amor a la familia, el olor de las casuarinas, me trajo la nostalgia”, detalla con los ojos mojados. “Cada paso que doy, cada pedacito de tierra lo siento en lo más profundo. Sentía que tenía que terminar mis días acá”, expresa.
Mariucha nació en Pueblo Andino, vivió en Francia, en Rosario donde estudio el magisterio y el profesorado de música y en Buenos Aires cuando se casó y tuvo a sus dos hijos. Hoy ya abuela de un bisnieto encuentra en sus orígenes su mejor lugar. En 2007 emprendió su regreso, compro su terreno, su casa prefabricada, y se instaló. No es un detalle menor que su casa no sea del material tradicional, sino que hace directa referencia a la que ella nació y fue comprada en una exposición en Europa por su padre. “No sé bien que pasó con esa casa, era hermosa, pintoresca, me dijeron que se quemó hace años atrás”, expresa.
¿Qué dirían tus padres si vieran la situación de la papelera hoy?, le indiqué con dolor tras tantas historias. “Todo cambia, todo se transforma. No podría pensar en mis padres con esta realidad. Sería una necia si no creyera que las cosas siguen su rumbo, su destino, su trasformación”, y continúa con una frase en francés que referencia a que todo pasa.
“Recuerdo cuando mi padre plantaba las casuarinas, esa gran hilera que se ve. Qué trabajador, que buena gente era”, describe. Pero también se queja: “Creo que la gente no valora lo que tenemos, la historia. Quizás porque la fábrica estaba acá y era una fuente asegurada de trabajo hizo que se descuide”.
Indudablemente pasó tiempo desde aquella fábrica modelo que producía cartón para embalar y proveía bolsas a los comercios de la región. Incluso aquella que llegó a exportar su producción hacia Europa en los momentos de la guerra mundial. Celulosa Argentina SA la compró y siguió la historia.
“Andino tiene su olor, sus ruidos. Adoraba escuchar el dique, a mi papá le encantaba estar bajo el chorro de agua del Carcarañá en el dique, y a mí me encantaba bañarme ahí”, cuenta. Otro detalle más que la historia se llevó. “Quizás por falta de mantenimiento, no soy técnica, ¿Pero cómo otros diques no se cayeron nunca? Cuando me enteré que se cayó lloré todo el día, que tristeza”, reflexiona.
María habla de pertenencia. Se enoja y se calma pensando que quizás la juventud no entienda lo que significa para ella cada trazo de la localidad. Pueblo Andino se inició como una de las poblaciones de trabajadores, pegada a la fábrica de papel, innovadora, con proyección. La nostalgia le permite recordar con alegría su infancia, su familia: “Siento que estar acá es estar con mis papás, los mejores días de mi vida”.