“Esta gente es la que quiere saber qué hicieron con Paula. No lo logramos. ¿Dónde están nuestros derechos? Entiendo los de la jueza, de los imputados, ¿y los míos?” La pregunta sin respuesta de Alberto, el padre de la mujer de 36 años desaparecida el 18 de septiembre de 2011. Siete años y medio después, precisamente el pasado jueves 2 de mayo, en el juicio oral y público la justicia volvió a darles un revés: No se supo ningún dato de Paula y los nueve imputados quedaron absueltos. La indignación rompió todas las fronteras, y los vecinos se convocaron en multitud ese día y ayer, pero además de acompañar y contener eligieron repudiar. La condena social arremetió con todas sus fuerzas y abrió un capítulo más.
A una semana de la resolución del tribunal en el Centro de Justicia Penal rosarino, la sensación de tristeza acompañaba el gris de una jornada de copiosa lluvia. A las 19 la cita estuvo prevista en la emblemática esquina de los bancos en San Lorenzo (San Martín y Urquiza), convocado por la Multisectorial de Mujeres del Cordón Industrial y la Articulación Feminista y Multisectorial Justicia por Paula Perassi. La concurrencia fue multitudinaria, y superó inclusive a la espontánea de la semana anterior.
El cordón industrial se mostró desilusionado de la decisión de los jueces Griselda Strólogo, Alvaro Campos y Mariel Minetti. Pese a que en su exposición destacaron que terminó “el juicio contra los acusados, pero que lo que no puede ni debe terminar es la búsqueda de Paula Perassi y lo que paso con ella”. Una respuesta que todos esperaban que pudiera darse, de una vez por todas, en ese recinto.
Tras el fallo, los cuatro civiles y cinco policías quedaron en libertad. Los primeros en sentir el rigor del clamor social fueron el amante, Gabriel Strumia, que al día siguiente fue echado de una casa de electrodomésticos. Y poco después, su esposa, Roxana Michl, que fue escrachada con una transmisión en vivo por una joven que le exigía que diga qué pasó con Paula. Los momentos de tensión se sucedieron, a cada paso donde los rostros de los acusados aparecieron el repudio fue inmediato. A veces con acciones concretas en su contra, otras con miradas acusadoras.
Alberto, con su postura omnipotente de ojos vidriosos, se muestra defraudado una vez más, y desnudó su valentía: Ya no lleva el chaleco antibalas ni un custodio, pero sigue militando firme con un discurso claro y devastador. Abraza a los cientos de vecinos que lo acompañan, y les repite uno a uno que “todos somos Paula”.
La justicia de los ojos vendados, fue la más señalada, cuestionada, criticada, rechazada. El caso Perassi vuelve a ser emblema de lucha y dolor, abre un nuevo escenario y se hace carne en muchos que ya no pasarán indiferentes. La condena social, la menos manejable, está haciendo mella e intenta resolver lo que un montón de puertas cerradas, reuniones e inclusive el mismo sistema, no logró.