Una muestra conformada con dibujos de 15 usuarios de la Colonia Psiquiátrica de Oliveros llegó al Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba) y hasta el mes de agosto, invita a pensar desde el arte las razones por las cuales la pulsión psicoanalítica es uno de los rasgos más singulares y sobresalientes de la cultura moderna argentina.
Se trata de Terapia, una exposición que rasga tabúes sobre la enfermedad mental, en una sociedad que no empatiza con la locura y un mercado que la idealiza para volverla solvente. El sector que el museo reserva a los usuarios de la Colonia, toma como punto de partida la influencia del psicoanálisis en el arte argentino.
Claudia del Río es educadora, artista y la curadora de esta parte de una muestra que es monumental: 200 obras de más de 50 artistas que recorren la relación del arte con el psicoanálisis, lo siniestro, los sueños, el happening o el inconsciente, interpelando convenciones culturales y renovando preguntas.
Las obras expuestas son una selección de la Enciclopedia Oliveros que Del Río organizó con Max Cachimba: 600 dibujos hechos en el Centro Cultural Nise de Rosario. “Empecé a obsesionarme con que había otras historias del arte que merecían una enciclopedia para formar a otros. Enciclopedia es la instrucción de un círculo que de alguna manera es cerrado pero también es abierto, porque sus obras dialogan con una gran cantidad de movimientos del arte del siglo XX”, explica Del Río.
Si el dibujo es a veces una nota al pie de un texto mayor, esos otros textos se leen en el Malba como autobiografías brevísimas. “Me dicen La Cachorra. Me llamo María José. Dibujo desde chica. Antes me gustaba hacer dibujos difíciles: como caballos, rosas, retratos. Me acuerdo de un conejito comiendo lechuga o de un pingüino en la nieve. Cuando dibujo, descanso, me olvido de todo”.
De las ceras sobre papel de Eduardo Giovanini se lee: “Nací en noviembre hace mucho. Cuando dibujaba lo quería hacer bien. A veces me hablan y me sale mal. Me salen bien los aviones; los paisajes, puede ser. Me dan ganas de hacer todos mis dibujos de nuevo para que salgan más lindos. Si tuviera plata, me compraría muchos lápices para trabajar mejor. Haría todos mis dibujos de vuelta, despacito”.
Norma Rey (Rosario, 1945 – Oliveros, 2016) escribió: “Me gusta mirar otros dibujos y después hago el mío. Me gusta que mis dibujos estén en un museo. Yo nunca fui a un museo, no tengo idea de cómo es un museo. Me imagino muestras de dibujos y pinturas. Me imagino un lugar luminoso con paredes blancas. Mis dibujos le van a poner formas y colores a las paredes blancas”. Las paredes de la sala donde expone son azules.
¿Cómo describirías la relación entre arte y terapia de los autores de Colonia Oliveros?
-No voy a idealizar esa relación, al padecimiento subjetivo se le suman condiciones de pobreza, los cuerpos manicomializados son una realidad y desmontar la institución tiene varias aristas, como al Estado invirtiendo dinero y recursos humanos, la voluntad de los equipos que trabajan en los hospitales psiquiátricos de Argentina no es suficiente. Este país ignora el problema, por eso mi interés en Brasil, que tiene una tradición en proteger colecciones de artistas desmanicomializados, donde muchos viven de la venta de sus obras y de la ayuda no asistencialista del Estado. Nosotros no pudimos.
¿Podrías resumir cómo fue variando la concepción del arte del enfermo mental hasta entenderse como herramienta de expresión y comunicación?
-Siempre fue considerado una herramienta, lo que ha cambiado es la manera de leer las obras o de leer la belleza en las obras, de tener menos prejuicios para mirarlas. Que estos artistas circulen en el sistema del arte, es lo que buscamos, no desde la locura sino desde sus valores plásticos.
Teniendo en cuenta que al participar de esta muestra los dibujos de los usuarios de Colonia Oliveros se distancian de la instancia de la laborterapia e ingresan a un circuito del arte mercantilizado (para ver esta muestra se cobra una entrada) ¿En qué situación quedan los usuarios de la colonia cuyas obras aquí se exponen? ¿Comparten algún rédito de ese patrimonio económico que la muestra moviliza y reconfigura?
-Malba se acoge al tarifario de artistas, se le paga un honorario o tarifa de artista.
Si hacer una curaduría es interrogar un patrimonio, hacer una pregunta o varias para que aparezcan las obras que las respondan. ¿Cómo es el patrimonio interrogado en la Colonia Oliveros para el Malba?
-La belleza, también el desgarro o el dolor tienen que ver con cierta verdad. El humor. Estas obras han recorrido ese camino, no hay mediación de pertenencia, de inscripción, de mercado, no hay institución artística a la hora de pintarlas. Contagian ganas de pintar y el “do it yourself”, hazlo tu mismo.
¿Qué imaginarios recorren los dibujos seleccionados?
-Los “usuaries” de la Colonia viven en un espacio natural enorme: árboles, plantas, animales. En el parque hay algo paradisiaco, que no pasa dentro de los pabellones, que son de un manicomio. Hay obras que provienen de contemplar animales, a veces de imposibilidades motrices ves como los límites dan carácter o personalidad gráfica. La obra otras veces es una especie de ilusión, lo que les dicta una voz que escucha el artista, otras veces es un gran plano de color, empastado, en que el artista insiste una y otra vez. Hay varias situaciones dependiendo de la enfermedad que estén atravesando: desde los límites motrices que producen determinado tipos de líneas o manchas, repeticiones obsesivas que el arte contemporáneo usa mucho, copias de libros de la historia del arte; rastros de sus lecturas, como historietas por ejemplo.
“El dibujo es para creyentes”, decís. ¿Por qué?
-La frase está usada en relación a la dedicación, las personas internadas son dueñas de una cantidad de tiempo extraordinaria en general y el dibujo viene a entretener y a subjetivar situaciones conflictivas, vínculos problemáticos, a hacer compartir un taller con otras personas. Cuando a través de la Ley de Salud Mental pasan a vivir entre algunas personas, con asistencia pero ya no dentro del hospital sino en casitas aledañas, van recuperando tareas como mantener la limpieza, cocinar, ir a comprar sus alimentos y entonces el tiempo se acorta, la cosa va cambiando. Pero mi experiencia fue con personas internadas donde el tiempo, insisto, puede ser eterno y el arte allí viene a sostener algo. Especialmente, cuando se trata de artesanías, de algo que puede mostrarse, las personas autoras simplemente se sienten mejor, van reparando lazos.
¿Es el imaginario de la historia del arte el que coquetea con la idea de la locura como genialidad y libertad creativa?
-No me parece que sea la historia del arte la que trabaje sobre esa relación, sino que son las industrias culturales las que hacen esas lecturas, algo que de ningún modo pasa en Argentina. Es imposible abordar la relación arte-locura con generalidades, cada situación es diferente. No es para nada idealizable, hay mucho sufrimiento en esa tensión. Se ha hecho merchandising de la relación arte-locura. Hay un caso particular que se ve en esta muestra, el de un artista que sostuvo su obra muchos años dentro y luego fuera de la colonia, Aníbal Brizuela, un caso de libro, de ‘art brut’, un ‘outsider art’ con mucha consistencia en su relato visual. Se levantaba muy temprano, iba a su mesa de dibujo, pasaba gran parte del día allí dibujando, cortaba para leer sus libros y revistas o escuchar la radio. Se iba a dormir…
El núcleo curado con obra de internos de Colonia Oliveros podría plantear un camino en sentido inverso al del resto de “Terapia”: el arte como una manera de leer la psicosis, la patología mental.
-Es un modo de trabajo en el que las obras hablan y en ese hablar se reconocen enfermedades. En casos muy severos y el arte funciona como lenta recuperación hasta de movilidad.
*entrevista de Télam