En las primeras horas del día internacional de la mujer, el 8 de marzo, Diaz fue testigo de un brutal ataque a Natalia Luque por parte de su pareja. La arrastró con una soga al cuello, la desnudó y la golpeó hasta dejarla casi inconsciente. Hoy recuperándose en el Sanatorio Los Alerces de Rosario recibió a IRÉ, narró lo vivido y deseó: “Ojalá ninguna otra mujer tenga que vivir lo que pasé, que se den cuenta y hagan algo antes, no se lo deseo ni a mi peor enemigo”.
El piso seis del sanatorio estaba casi vacío, a unos metros del ascensor la habitación en la que Natalia estaba junto a Brian, su hermano menor. Su rostro desfigurado siquiera plasma la magnitud de lo que pasó días atrás. Las sensaciones son muchas y se mezclan: dolor, miedo, incertidumbre, replanteos, y hasta se filtra la esperanza de volver a empezar. No hay ninguna duda, tiene una fuerza increíble.
La mujer de 33 años reconoce que tenía una relación violenta: “A él no se lo podía contradecir, pero como tengo carácter pensé que podía manejar la situaciones y que era sólo una discusión. Nunca me imaginé que podía hacerme esto”. Repasa una y otra vez lo vivido y no termina de entender. Ella es la madre de sus tres hijos, dos nenas de 9 y 7 años, y un nene de un año y medio. Él el hombre con quien compartió los últimos trece años de su vida.
Brutal Golpiza
El miércoles por la noche estaba en la casa de un amigo cuando se presentó el agresor, ella se había ido de su casa: “Le dije que no quería seguir más, que me dejara libre, porque sabía que íbamos a terminar mal. Yo conocía su actitud, que no iba a tolerar que haga mi vida porque es una persona posesiva”.
Y detalló lo que recuerda: “Me sacó de la vivienda donde estaba, me sacó la ropa, me arrastró con una soga en el cuello, me llevó de esquina a esquina pegándome. Me hacía abrir de piernas y me golpeaba en la zona íntima. Puñetes, patadas, me decía que se las iba a pagar, que me iba a morir”. Luego, destaca: “Doy gracias a dios que mis hijos no estaban”.
“Me pegó de una manera brutal, sin piedad. Me acuerdo que le pedí por favor que me soltara, y él repetía que me iba a matar, que nunca fui madre, que nunca fui mujer porque ya no dormía con él”, siguió. “En un momento sentí un golpe y vi una luz blanca, sentía como que el cuerpo se me iba, quería respirar y no podía. En eso otra luz me encandiló, abrí los ojos como pude y vi el patrullero que llegaba. Ahí una chica oficial vino, porque me seguía pegando adelante de ellos, lo empujó y cuando me agarró sentí que volví a respirar y ya no me acuerdo nada más”. Recién diez horas después, en el Hospital Eva Perón recuperó la conciencia.
La culpa, los reproches, el profundo dolor quedan en evidencia en cada oración. Sentada al lado de la cama, con su cara desfigurada, evoca lo que siente y vivió con firmeza, una fuerza interior le pide que mire para adelante. Confiada con su hermano al lado, agradece el amor de los suyos y se cuestiona no haberlos escuchado antes. “No podía, decía que se metían en mi vida”, evalúa su postura.
“Me sentía culpable”
Su relación tuvo momentos donde las manifestaciones violentas llegaron a golpes, fue uno de los motivos por los que volvió de Diamante, Entre Ríos, a Diaz su pueblo natal. Pero allí lo volvió a recibir: “Mi hijo de un año y medio porque tiene un tumor en la cabeza y hay que operarlo, entonces no quise hacer más problemas, porque mi nene lo sigue mucho, es su papá. Me sentía culpable de que mis hijos lo extrañaran y necesitara de su papá, pero a él no le importó nada”.
Amplió, además que hacía poco había acudido a la comisaría local para explicar su situación y pedir ayuda. En ese entonces los efectivos fueron, dialogaron y retiraron al hombre de la vivienda. Pero no encontró otras herramientas, por eso pide: “Espero nunca más le pase a ninguna mujer de la región”.
Y siguió: “Quiero que se haga justicia porque tengo miedo. Qué pasa si lo largan en dos meses, qué podes esperar. Quiero seguridad para mis hijos y para mí. Que pasa si va cuando estoy sola en el pueblo, en mi casa. Yo sé que de lo que es capaz”.
El dolor físico de Natalia es evidente: tiene tres fracturas en el maxilar y una en el pómulo, ningún diente en la parte superior de la boca, hematomas en el cerebro, hígado y estómago, líquido en los pulmones, una costilla fisurada, desgarrada la zona vaginal y raspones por todo el cuerpo. Pero más allá de todo, sus ojos se volvieron a encender: “Dios me dio una nueva oportunidad de vivir, estoy rodeada de amor con mi familia y mis hijos, quiero estar bien para ellos. Quiero estudiar y conseguir un buen trabajo, y sé que voy a poder hacerlo”.