El río Coronda guarda restos de los pueblos pescadores, canoeros e isleros que vivieron por esta zona hace unos 2000 años. Son restos de cerámica de los llamados chaná o chaná timbú, quienes estuvieron durante cientos de años antes de que lleguen europeos. En el balneario Monje estas piezas también se encuentran en el pueblo, cuando cavan un pozo en algún patio o construyen cimientos para nuevas casas. En las islas cercanas a La Boca, a veces aparecen cerámicas sobre el suelo o cerca de una orilla, otras veces están enterradas en las barrancas y se empiezan a ver mejor con la bajante.
Las cerámicas antiguas están bajo tierra, en el agua o apenas debajo del cielo. Los vecinos de La Boca suelen descubrir estos restos mientras andan por la isla pescando, trabajando con el ganado o haciendo albañilería en algún terreno del pueblo. Hace muchos años que esto pasa. Casi siempre han preferido juntar lo encontrado y guardarlo en sus casas para que no se pierda. De tanto andar por esos lugares ya han aprendido a reconocerlas y cada vez que alguien encuentra una olla entera es una buena novedad para ser contada entre vecinos.
En otras localidades de la región también aparecen restos similares porque los chaná habitaron lo que hoy en día es Corrientes, Entre Ríos, Santa Fe, Buenos Aires y hasta una parte de Uruguay. En Barrancas y en Puerto Gaboto hay museos que los recuerdan mostrando sus cerámicas. En Monje todavía no hay, por lo que los que han estado cuidando este patrimonio son los vecinos.
Virginia se mudó hace un par de años al balneario y desde que llegó se sorprende escuchando historias del lugar, sobre cómo se vivía cuando no había calles ni electricidad, sobre cómo era cuando sólo había monte, pájaros, árboles y le gusta escuchar lo que se sabe de esa vida todavía más antigua que es la de los indígenas, que se puede conocer justamente a partir de sus restos de alfarería. Ella está visitando a sus vecinos para tomar nota de lo que aprendieron sobre los chaná por ser conocedores de la isla y para ver las cerámicas que encontraron. Su idea también es poder ver las maneras que cada vecino eligió para guardar o exhibir esas piezas en algún rincón de su casa y escuchar las anécdotas de cómo hace cada uno para encontrarlas, cómo las diferencian, cómo es que saben cuándo y dónde buscarlas, para qué o cómo creen que se usaban, y otras cosas interesantes que quieran contar. Algunos no tienen piezas pero tienen mucho para compartir “hay personas que son como libros porque guardan la memoria del lugar”.
En nuestro país hay una ley que permite coleccionar cerámicas, mediante un registro que pueden hacer los mismos coleccionistas. Se suben algunos datos de la pieza a una ficha en internet y así las personas se convierten automáticamente en sus “tenedores”. Esa misma ley propone dar aviso a un profesional cuando se encuentre alguna cerámica o hueso fósil. ¿Por qué es mejor dar aviso, en lugar de desenterrar y juntar lo encontrado? Porque sería como agarrar un libro, arrancarle una página y desechar todo lo demás. Nos perderíamos gran parte de la historia. Donde aparece una cerámica generalmente hay restos de otro tipo que nos ayudan a entender para qué se usaba, cómo, cuándo.
Por ejemplo si encontramos una vasija y cerca hay restos de fogones, de semillas muy antiguas o huesos de animales quemados es porque se usaba para cocinar. Pero si esa misma vasija está cerca de un algún hueso humano y tiene dentro conchas de río, se podría tratar entonces de un cementerio. De igual manera, cerca de una cerámica puede haber piedras o cualquier pequeño objeto que haya sido en aquel entonces usado como herramienta y que a simple vista se nos escape. Puede haber muchas pistas diferentes en un sitio arqueológico que ayuden a reconstruir lo que pasó en ese lugar. Cada nueva cerámica que se descubre es una enorme oportunidad, porque el momento del hallazgo es el único que tenemos para conocer ese pasado que no está escrito en ningún lado.
Pensando en una buena solución para esto, trabajadores del Ministerio de Cultura provincial inventaron una forma rápida de avisar cada vez que algo se encuentra. Luciano Rey y Soledad Biasatti armaron una ficha que se puede abrir desde el celular: sacas una foto mostrando el lugar y en seguida les llega a ellos la ubicación exacta. La idea es dejar los datos para que, al momento de que vayan a buscar la pieza, la persona que lo descubrió pueda enterarse y acompañarlos. El “Equipo Técnico de Patrimonio Arqueológico y Paleontológico” va haciendo esto mismo por muchos pueblos y ciudades de Santa Fe, eligiendo siempre dejar lo encontrado en la comunidad de origen. El mejor lugar suele ser un museo pero si no hay, lo dejan en alguna dependencia pública de la localidad o se lo dejan a algún vecino que se ofrezca para cuidarlo, siempre con la esperanza de que cada pueblo pueda tener a futuro su pequeño museo público. Podés conocer esta ficha haciendo click acá.
Virginia definió que es “muy necesario tener un museo en La Boca de Monje” y muchos vecinos sienten que es una lástima que no haya, porque así con los años se han ido perdiendo piezas. Sin embargo ella aseguró que de nada sirve si el museo se arma solamente como unas vitrinas cerradas con vasijas: “Un museo público tiene que ser creado por la gente del lugar, tiene que ser una herramienta de la comunidad local para contar su propia historia. Si los vecinos no participan, lo más probable es que el museo sea más bien un lugar olvidado”. A través de su investigación, Virginia espera poder aportar a que la memoria chaná y los relatos de sus vecinos puedan ser recordados y compartidos, para que sigan siendo conocidos por muchas generaciones más.
Si tenés cerámicas guardadas o algunas historias para contar sobre el tema, podés participar mandando un mail a virginiasotti@gmail.com o preguntar por ella en el Balneario La Boca.
Fotos: Ximena Pereyra.