Por Rogelio Bella
Y allí viene en una mañana gélida de invierno -de las de antes, como nos dicen los abuelos cada vez que nos quejamos del frío- por un camino de tierra que lo lleva -como cada mañana- a su destino de escuela primaria. Ahí se lo puede divisar a él con su fiel compañera, la que lo acompañaría durante toda su larga vida en las hazañas más memorables. Entrelazado entre sus caños, como los bailarines de tango entrelazan sus piernas a la hora de la danza, viene un pequeño -porque este personaje siempre fue de cuerpo pequeño, aunque de corazón y voluntad enormes- haciendo equilibrios propios de un circo para mantenerse rodando. Así transcurría día tras día la niñez de Mauricio Ramón -Oliverense de nacimiento, de niñez cercana al pueblo de Carrizales y Macielense por adopción- que iría forjando desde esa temprana edad una relación casi de fabula con la bicicleta, “todo lo que logré en la vida se lo debo a la bicicleta”, deja bien en claro entre las primeras palabras que pronuncia en la entrevista.
Mauricio cuenta que él tenía siete u ocho años cuando comenzó a saber -aún sin comprender bien de que se trataba- que era corredor de bicicletas. “En esa época mi padre compraba el diario La Capital muy de vez en cuando para ver el precio de los cereales y ni hablar que revistas deportivas no llegaban a mi casa”, rememora y repasa que, de todas maneras, cuando le preguntaban que iba a ser de grande no dudaba en contestar que iba a ser “lo que soy ahora, corredor de bicicletas”. Esa vocación es algo “que nació conmigo” expresa sin ninguna duda.
Así también recuerda con exactitud extremadamente envidiable su primer carrera de bicicleta. “Fue el 29 de Septiembre de 1944, una mañana de sábado soleada. Fui con una ilusión terrible porque era la primera vez que iba a correr”, cuenta y detrás del cristal de sus grandes anteojos se puede observar un brillo especial en sus ojos -el brillo de estar recordando un momento de gran felicidad- “todos mis compañeros hinchaban por mí, imaginate, yo era el ciclista del Pueblo. Pero apareció un tal Fredy Cardoni de Clarke que me ganó”, ríe al recordar su primer revés en una competencia ciclística. “A mi padre mucho no le gustaba pero yo seguía entrenando a escondidas. Siempre tuve en claro que la bicicleta era mi destino, mi fin y mi seguro”.
En esa época en todos los Pueblos de la zona se hacían carreras de bicicletas alrededor de las plazas en los días festivos y allí iba Mauricio -con su bicicleta a cuestas- a hacer rodar sus ilusiones disfrutando de esa gran pasión que lo cobijaba. De esa manera fue haciéndose cada vez más famoso en la zona y ya comenzó a participar de algunas competencias en otros lugares. Fue así que una persona le pidió permiso a su padre para llevarlo a correr a Rosario y allí conoció al gran amigo de su vida -Nicolás “Tito” Zaccaria- “no hay palabra que se haya inventado para describir la relación que nos une, la palabra amistad queda chica”, dispara y -aunque se hace el duro- se emociona al rememorar los tiempos vividos con “Tito”. “Ese día de mi primera carrera en la zona sur de Rosario, gané dos cosas, la carrera y a mi gran hermano de la vida”.
Ese corredor de carreras que tantas victorias consiguió a lo largo y a lo ancho de nuestro país y cuyo mayor logro fue representar a la Argentina en los Juegos Panamericanos de Chicago en el año 1959, se movía solo. Para ir a correr -para tomar un ejemplo- a la ciudad de Paraná, tomaba un ómnibus en Maciel a las 12 de la noche con su bolso, su bicicleta con las ruedas de entrenamiento y con las “ruedas de correr” enganchada de los picos para inflarlas del cinturón del pantalón, como los pistoleros llevaban los revólveres en el Far West. Así llegaba a la terminal de Santa Fe a las 3 de la madrugada. “Me quedaba en la terminal con la bicicleta, el bolso y las ruedas a cuesta hasta las 3 y media que salía la lancha que cruzaba a Paraná”, deja en claro y cuenta que a veces el viaje se demoraba y los mismos corredores pedían que retrasaran la largada para esperarlo. “Muchas veces tenía que pelearme con el guarda del ómnibus o tenía que pagar dos boletos -uno para mí y uno para la bicicleta- para poder viajar”. Para entender lo que fue Mauricio como deportista cabe destacar que todas las veces que corrió dicha carrera en Paraná -haciendo todo ese trajín previo- siempre ganó la competencia.
Mauricio a sus 84 años -casi 85, los cumplirá en Septiembre y planea pedalear 85 kilómetros junto a sus amigos para festejarlo- lleva marcas en la piel, marcas que denotan el inexorable paso del tiempo pero que a la vez parecen reflejar -cada una de ellas- alguna carrera disputada, victorias conseguidas, desencantos acumulados e innumerables cantidad de anécdotas vividas a lo largo de una larga existencia apasionada. Porque Mauricio Ramón no duró ni transcurrió -como dice la canción de Eladia Blázquez- este gran ciclista de nacimiento honró la vida, de eso -estimado lector- de eso que no le quede ninguna duda.