Su sonrisa ilumina. Queda a las claras que es una sobreviviente de las que de cada crisis encontró una oportunidad. A los 19 años Selene Penessi comenzó a sentir distintas dolencias, a los 20 se trató y a los 21 descubrió que tenía cáncer en los ganglios del cuello que le rodeaban la tráquea. Lo encontraron a tiempo, se trató y hoy ve la vida con otros ojos: “Elijo la Selene de ahora”, reconoció a punto de tener, cinco años después, su alta definitiva.

Recibió a IRÉ con el mate en la mano y sin ningún tabú, la estudiante de nutrición encontró en las palabras la mejor arma para enfrentar todo lo que le sucede. Con el cáncer no fue distinto: “Puedo hablar de todo lo que me pasó” y más aún con el paso del tiempo hay heridas que se van cerrando y valores que se afianzan. “El cáncer en angustia que uno acumula”, disparó y enarboló sus dos pilares para avanzar: la alimentación saludable y las emociones.    

“Nunca me pregunté el porqué, pero no puedo entender por qué otras personas no salen. A mí se me despertó y me tenía que tocar. No fui consciente de que podría no estar”, y comenzó el despliegue de sensaciones. No tuvo tiempo de entender, se dedicó con todas sus fuerzas a aferrarse a la vida. Y siguió: “Pasé muchas cosas feas: como las quimios y los rayos, pero una vez que salí me dediqué mucho a sanar toda la situación y a llevar una vida mucho más tranquila”.

Nueve años atrás, se comenzaron a manifestar los síntomas: moretones o bubones sin haberse golpeado, estaba anémica, pálida, tenía mucho cansancio, le agarraba una picazón insoportable en el cuerpo y llegaba la noche y le costaba respirar. Se hizo estudios médicos y encontraron el motivo: “Me llamaba la atención de que estaba todo el mundo encima. Un día después del sanatorio, fuimos a comer con mi mamá y ella me dijo que me tenía que decir algo, vi que se le llenaban los ojos de lágrimas y le dije: “Si ma, tengo cáncer y no me lo queres decir”. Ahí también se me llenaron los ojos de lágrimas, no porque entendiera sino porque ella los tenía así. Yo no era consciente de lo que le decía. Ahí me respondió: “Vamos a salir adelante””.

Cuando la confirmación de la patología llegó, Selene tenía 21 años estaba “a pleno” en su vida de adolescente: “Estudiaba, hacía gimnasia, bailaba, salía al boliche”. De pronto, todo se derrumbó. Aun así su esperanza y el acompañamiento constante de su familia y amigos la reconvirtió y hoy advierte que “de cada cosa saco un momento lindo”.

En esa dirección, recordó: “La primera quimio duró dos días. Digo siempre que fue el momento de la yeta, porque me pasó de todo. Lo lindo fue que vinieron todas mis amigas de Maciel, y todas las chicas de la pensión y tomábamos mates mientras me hacían el tratamiento”. En total enfrentó doce quimioterapias, durante seis ciclos. Cada quince días a lo largo de un año tuvo una. “La últimas tres o cuatro mi cuerpo ya las asimilaba”, avanzó.

Y no todas fueron iguales. En el medio, hubo distintos estados de ánimo y comportamientos corporales: “La que más me pegó fue la tercera, yo estaba a la expectativa de si se me caía el pelo. Estuve cuatro días que no podía salir de la cama, estaba planchada. No había forma de que me levante”. Después, continuó: “Muchos te dicen: “El pelo es una pavada”. Y en realidad el pelo es parte de la personalidad, es parte de uno. Hoy sí, creo que es una pavada. Pero en su momento no lo era. Porque cada vez que me miraba en el espejo me costaba encontrarme conmigo”.

Fue así que sacarse el pañuelo fue la mayor demostración de que estaba curada: “En ese entonces dije “Termino las quimios y me saco el pañuelo de la cabeza”, y así lo hice. Fue el 31 de marzo. Después en agosto me tuve que hacer un mes de rayos”. Desde entonces tuvo controles anuales, y este año será el último.

“Nunca volví a ser la misma de antes, me gusta más la Selene de ahora. En cómo pienso, en la manera de manejarme, en muchas cosas. Hasta mi cuerpo me gusta más ahora. Quizás antes no tenía registro de eso. Mi cabeza cambió, valoro otras cosas. Elijo el bienestar. Me costó casi tres años más recuperarme. Lloré, fui al psicólogo, e hice todas las terapias alternativas que conocí y me ayudaron mucho”, ahondó.  

Hoy, dando una vuelta de página encontró en su experiencia el cimiento para un nuevo objetivo: “Me dediqué a entender mis emociones y a comer de otra manera. No consumo enlatados, si es orgánico mejor, como cualquier cosa a granel, lo menos envasado posible. Creo que la alimentación es un acto de amor. Me dediqué a amarme, a sacar todo lo que hacía mal y a cuidarme. Así empecé de alguna manera mi emprendimiento”. Hace tres semanas abrió una dietética en Timbúes llamada NutriSer. Marca que comenzó a desarrollar tiempo atrás vendiendo panificaciones integrales, saludables y artesanales.

Con un futuro prometedor y muchos proyectos en marcha, Selene culminó: “A medida que pasa el tiempo, va cayéndome más la ficha. Hoy valoro más la vida”.