El 2018 fue de tumbos constantes en cuanto a la administración pública de Maciel. En febrero la comisión se rompió y desde entonces cada encuentro, intento o negociación entre los cinco miembros de la comisión comunal fueron una caja de pandoras. Reinaron las amenazas, el malestar y los paros. El 2019 comenzó desde un punto sin retorno: no hay posibilidad de acuerdo. Se realizó una reunión que fracasó y otra sin quorum, hubo una nueva cita de vecinos frente a la comuna sin protagonistas convocantes ni aval popular y los servicios volvieron a estar ausentes por una nueva medida de fuerza de Adetram San Lorenzo, que se levantó rapidamente sin demasiadas certezas. El pueblo emblema de lucha pone en jaque su adn e inclusive a la política que lejos está de satisfacer sus demandas.
La crisis institucional no es nueva, durante el año pasado fueron continuas las declaraciones de ambos sectores. El grupo se rompió en dos: el presidente comunal, Pedro Tobozo, y la vice Patricia Bessonart por un lado, y por el otro la vocal Cristina Gomez, el tesorero Nestor Severo y el representante de la minoría, Daniel Lamboglia.
Quizas lo más llamativo fue la variedad de los sucesos: amenazas, denuncias cruzadas sobre el funcionamiento irregular de la otra parte, una restricción por violencia de género, el presunto deshecho de medicamentos públicos aptos, un polvito en el que la PDI detectó una conjunción de venenos, la basura como parte de la manifestación de los trabajadores comunales con montañas en las casas de los disidentes, cortes de ruta, falta de servicios y de pago a los profesionales y proveedores, las grabaciones de las reuniones, las acusaciones libres de toda prueba y las probadas escondidas, y hasta una golpiza por extraños en la zona rural al jefe comunal. Como así también la intervención de actores externos: diputados, senador, secretario de Municipios y Comunas, asesores, profesionales de carrera y hasta la creación de una nueva figura: La veedora, para que logren ponerse de acuerdo. Pasó de todo, si. Menos un acuerdo.
Pero en el fervor del 2018, en un intento de “basta” colectivo los vecinos despertaron su chispita participativa. Maciel, característico por su pujanza y lucha empezó a sentir que debían organizarse, que debían avanzar por lo que los cinco representantes electos en el sufragio no podían. Se montó un encuentro, una nueva cita, un petitorio y quedó en suspenso. Desde ahí, no pasó nada.
Parece que el olor a los comicios generó en primera instancia un efecto reticente en los macielenses. Pese a que no hay esquina en la que no se comente la situación comunal, para bien o para mal con las respectivas posturas, la cercanía de las próximas elecciones y la variedad en los posibles candidatos dejan a todos en línea de peligro. Pareciera que no se quieren comprometer para no quedar sujetos a ninguna decisión ligada directamente al próximo voto.
En el mientras tanto Maciel sigue en suspenso, en una eterna agonía del tire y afloje. Mientras se caen algunas caretas de protagonismos y se le echan luz a determinadas connivencias que permanecen desde hace tiempo en las sombras, atrapando debiluchos para sus intereses, la nebulosa vuelve a dejar sin margen a propios y ajenos. Todos muestran su disconformidad, pero dejaron relucir una de las peores caracteristicas de los pueblos: la apatía.
Mientras más tiempo pase sin un objetivo común, serán los mismos de siempre los que aprovechen el “divide y reinarás” conquistando todo lo posible por lo bajo, quedandose con lo de todos, ahogando la posibilidad de crecimiento sostenido por intereses particulares. Serán los oportunistas, los que ponen una ficha en cada casillero pero se encargan de juzgar a razón de la opinión del montón. Es impensado que una localidad tan brillante como Maciel pueda olvidarse de si misma, de su identidad, de sus convicciones para dejarse estar. Para perderse, y peor aún para dejar que otros decidan por ella. ¿Qué es lo que está pasando realmente?