Dos años. Setecientos treinta días y una eternidad para quien espera justicia. Desde la madrugada del 14 de junio del 2019 ya nada será igual en Diaz. El pueblo se sumergió en tristeza, en enojo, para luego convertirse en una abrumadora desconfianza. Un abuelo apareció muerto en su humilde casa, todo indica que ladrones ingresaron con fines de robo, pero lo torturaron hasta asesinarlo. No hay detenidos ni pistas claves, sólo queda la lucha resiliente de su comunidad.
Díaz es un pequeño pueblo dentro del departamento San Jerónimo, en Santa Fe. Tiene poco más de dos mil habitantes, es de esos lugares donde se conocen todos y las noticias corren rápido. No fue distinto aquel fresco día de otoño, donde la bruma espesa opacó la tranquilidad y el desconsuelo invadió cada uno de los rincones.
Lelio Chilliutti era un hombre de 82 años, siempre dispuesto y solidario. Era el curandero, el que siempre estaba atento a las necesidades de los demás y compartía lo poco que tenía. Era muy humilde, vivía en su casa materna, con suelo de tierra. Algunas gallinas, unos gatos y un par de perros.
El viernes 14 de junio de 2019, como lo hacía cada fin de semana, un vecino que vende quinielas se acercó a la esquina de San Luis y Lehmann. Llamó a “Lele” para avisarle que había llegado, pero no obtuvo respuestas. La puerta estaba entreabierta, notó un cierto desorden y se alarmó. Creyó que quizás el anciano podría necesitar ayuda y decidió entrar. La postal lo dejó atónito: El hombre yacía en el suelo, con un enorme charco de sangre a su alrededor. A pocos centímetros un martillo, una garrafa y algunos papeles de diario.
Inmediatamente convocó a la comisaría local y comenzó la investigación. El fiscal Marcelo Nessier, con sede en Coronda guio las directivas. Llegó criminalística que tomó huellas y fotos. La voz se comenzó a correr. Los comentarios indignaban a su paso. El día frío, de garúa intensa, no frenó el disgusto, la bronca, el desazón y la comunidad no dudó en convocarse a una manifestación frente a la sede de la policía.
“Estamos encaminados”
A las 10 de la mañana del sábado un centenar de vecinos coparon la esquina de la comisaría. Los carteles repetían el pedido de “Justicia por Lele”. Los ojos mojados dejaban traslucir la tristeza colectiva. No faltaron anécdotas, que lo describían como bonachón, incapaz de hacer daño, indefenso.
Una hora después la oficial Toloza, jefa de zona, a cargo del operativo a nivel local salía de la oficina y les indicaba a los presentes que “la investigación estaba encaminada y que en breve habría novedades”. Así fue. Apenas los vecinos comenzaron a disiparse, se realizaron allanamientos con resultados positivos. Una mujer quedó detenida.
Las hipótesis comenzaban a tomar forma, y el reclamo de que “el o los asesinos estaban en el pueblo” cobraba sentido.
“No puedo creer tanta injusticia, por favor”
De la escena del crimen se pudieron precisar pistas concretas. En principio, la llave estaba guardada en el lugar de siempre, por lo que creen que una persona conocida del abuelo golpeó la puerta en la madrugada y el hombre le abrió. Entonces, otros se habrían metido detrás y comenzó la odisea.
Casualmente, en esos días se decía que “Lele” había ganado la quiniela, sumado al aguinaldo y la jubilación, serían un interesante botín. Quizás fue ese el dinero que los malvivientes fueron a buscar.
Lelio fue encontrado con once lesiones entre cortes y golpes. Además del desorden, había a la vista un martillo con su cabo quemado, papeles y una garrafa. Lo que reflejaría que quienes cometieron el asesinato habrían forcejeado o hasta torturado al abuelo, y luego buscaron “limpiar” las pistas que los incriminaban con fuego o incluso intentaron incendiar la casa.
La primera línea concreta de los posibles autores llevó a los investigadores hacia otra vivienda del pueblo, entre los electrodomésticos que confirmaron faltaban había un televisor. La dueña de la casa donde apareció, quedó detenida. Lo llamativo fue que minutos antes había posteado en sus redes sociales un mensaje de indignación: “No puedo creer tanta injusticia, por favor”.
En la audiencia donde le imputaron encubrimiento agravado, no brindó ningún indicio y dijo que el televisor lo “había encontrado” días antes. Logró una coartada y quedó en libertad, con el condicionante de “no regresar al pueblo”. Situación que incumplió horas después. A los meses quedó detenida por haberle robado a un abuelo en un pueblo cercano.
Los locos de las marchas
Los días pasaban y la incertidumbre agobiaba. Un grupo de vecinos comenzó a convocarse, en distintos puntos de la pequeña localidad. Hubo marchas de aplausos y de rotundos silencios hasta que llegaron los tambores. Se congregaban todos los días, a la misma hora, en la biblioteca, la comuna, la policía, la casa de “Lele”, en el cementerio. En distintas esquinas, hasta llegar cada fin de semana con una carpa a la ruta 65, de ingreso a la localidad.
Diagramaron un folleto y a cada transportista le contaban su historia. Llamaron a todas las autoridades que pudieron, y hasta se propusieron reuniones con la fiscalía. Los tambores seguían sonando. Colocaron pasacalles y carteles.
Cada día una eterna espera de justicia. El recuerdo los atravesaba y unía. No dejaban de reunirse. Un día llegó el único hermano de Lelio, entre lágrimas lo esperaron. La comunidad toda inmersa en un profundo dolor. Los tambores, el silencio estremecedor. Nada los detenía. No tardaron en bautizarlos como “los locos de las marchas”. El pedido de justicia seguía latente. Y cada día los interpelaba.
La pandemia sacudió el mundo, los encuentros se hicieron virtuales pero no terminaron. Al primer año la caravana fue en autos, respetando las burbujas. Y 365 días después, con el avance del covid 19, con velas blancas. Artistas regionales dibujaron un mural en el corazón del pueblo.
Los días pasaron, pero el pedido se volvió viral, perseverante, incesante.
“Los asesinos están sueltos”
En diálogo con IRE, Ramón Simi, confió: “Las personas que están buscando viven con nosotros. Los asesinos están sueltos y lo sabemos todos, pero como no tenemos las pruebas y los que tienen que buscarlas no las buscaron como correspondía, esto sigue así”.
Desde la Fiscalía le confirmaron a este medio que las dos muestras de ADN que se tomaron en la escena del crimen, se cotejaron con la única persona imputada y dieron negativo. En ese contexto, mientras el tiempo consume la esperanza, se agotan las posibilidades de una nueva pista.
En ese sentido Simi enfatizó: “Hubo muchas fallas y te das cuenta, día a día se van descubriendo. No tenemos pruebas para acusar a nadie cara a cara, pero todos sabemos que hubo gente que mintió en las declaraciones. Algún día van a tener que pagar lo que hicieron, estamos esperando que alguien se arrepienta y declare, para que Lele pueda descansar en paz”.