Fue el momento más difícil de sus vidas y recién cinco años después la familia de Roldán pudo sanar, quitarse el miedo y comenzar la búsqueda para cerrar la historia. Corría el año 2019, cuando un día de verano estaban en la casa de los abuelos de Paola en la Boca de Monje. Guada, la bebé de casi dos años, comenzó a tener un comportamiento extraño con sus manos y pies morados y helados. Ya en el camino hacia el pueblo tuvo cinco convulsiones y al llegar al SAMCo de Barrancas otras dos más. El trayecto fue eterno, pero poco quedó en el registro mental entre el susto y la preocupación. Aquel día hubo un ángel, un abuelo que los llevó en su moto 50 cc, cuando el tren les impidió seguir. Guada se puso bien, fue a casa y todo quedó en anécdota. Pero su familia quiere encontrar al hombre que los ayudó a salvarla para agradecerle.
Llena de emociones Paola decidió contar su historia, a cinco años y medio del suceso, para cerrar ese capítulo con agradecimiento y desea encontrar al hombre que las llevó al médico y les abrió las puertas para que atiendan la urgencia:
“Hace 5 y 1/2 años, x el 2019, con Guada, de casi 2 años, pasamos x un momento difícil. Estábamos en Monje, en la casa de mis abuelos, era invierno, habíamos ido todos a pescar mis viejos, mi hermano, mis tíos, mis primas, mi abuela y nosotros. Mi mamá me llamó porque Guada tenía las manos y piernas heladas, pero cuando les digo heladas, eran tremendamente heladas. Pensaba que era hipotermia, imagínense, pleno invierno, me acuerdo cuando llegué, que fueron 2 minutos, la tenían alrededor de una pequeña fogata para poder calentar sus manos, pero cuando la vi, supe lo que estaba pasando, en ese momento me di cuenta, Dios me iluminó la mente, me dio paz, tranquilidad. La agarré y la cargue al auto, ese auto que no se a cuánto viajaba porque mi marido nunca había ido tan deprisa, con miedo, pensando lo peor. Mi mamá en el asiento de atrás, gritando de angustia, todavía parece que la escucho.
Pero yo, tranquila, orando, orandole al Señor, porque yo sabía que él no me iba a arrancar a mi hija de mis brazos, esa era mi prueba de fe, la prueba donde decidía si amaba al Señor, pase lo que pase o si decidía culparlo por todo lo que había pasado.
Cinco convulsiones, una atrás de la otra, convulsiones muy largas, donde ella salía de su cuerpecito de 2 años y viajaba quien sabe a dónde. Después volvía, para volver a irse de viaje. Hacía unos días un ángel (alguien que quiero mucho), me había contado algo muy importante, aunque yo no lo sabía aún, sobre las convulsiones, algo que ese día volvió a mi mente, un recuerdo muy claro, muy preciso, yo supe hacer todo lo que debía hacer porque mi mente estaba claro, mis miedos no estaban ahí, no tengas miedo, sentía en mi corazón. Y no lo tuve, yo elegí confiar en Dios, porque en ese momento, uno no sabe que es lo que nos está pasando, no sabemos si nuestro pequeño va a resistir una más..
Llegamos a Barrancas, a unos kilómetros de Monje, donde el enemigo, siempre actuando para nuestra destrucción, ponía su cola, el tren estaba roto, cruzaba prácticamente todo el pueblo, no podíamos llegar al hospital, pero ahí estuvo siempre el Señor, a nuestro lado, recuerdo cruzar con mi hija en brazos, desvanecida, por uno de esas lanzas que une a un vagón con el otro, del otro lado había una estación de servicio, muy pequeña, sencilla, simple. Pero con gente buena, que me ayudó. Recuerdo a un hombre, muy abuelo, en una moto de cilindrada 50, no recuerdo que moto era, pero si recuerdo la cara del hombre, estaba cargándole nafta a su moto, cuando me vio corriendo y pidiendo ayuda, yo no sabía dónde estaba, no conocía, no sabía dónde era el hospital, mi hija seguía en convulsión. Este abuelo, le pidió al playero que lo espere, que él ahora volvía y le pagaba el combustible, el chico accedió inmediatamente y el abuelo me llevó en esa moto, con mi hija, lo más rápido que podía, mi mamá corría al lado de nosotros, ese recuerdo me produce una sonrisa.
Llegamos, el abuelo entró con nosotras, pidió atención inmediata, le agradecí, un poco rápido, imagínense. Entramos, atendieron a Guada en ese pequeño hospital, de la mejor manera, las doctoras fueron excelentes, rápidas, recuerdo que Guada hizo 3 convulsiones más entre que entramos y la acostaron en esa bandeja, que tanto me impresiona hoy pensarlo, era una bandeja de chapa, llena de hielos, tenía más de 41 grados de fiebre. Y bueno, después de pasar unas cuantas horas ahí internadas, cuando salimos, no volvimos a verlo al abuelo. Nunca supe su nombre, nada. Así que si tu abuelo una vez te contó una historia parecida, quizá era mi Guada. Una beba de 2 años, hermosa, valiente, con un gran corazón, igual que ese abuelo. Ojalá sigas en esta tierra hombre de buen alma y corazón, y si ya no estás, sé que Dios te tiene en su gloria.
Gracias. Muchas veces, me pregunté por vos. Pero no sabía cómo saber quién eras. Hoy me animo a publicarlo, porque es una herida que mi corazón y mi alma ya sanaron”.
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